Dibújame un cordero
- pedrocasusol
- 15 abr 2023
- 3 Min. de lectura
Escribe: Pedro Casusol
Abro el periódico este fin de semana largo y me entero de que “El principito”, la inmortal obra de Antoine de Saint-Exupéry, cumple 80 años. La historia del niño proveniente del asteroide B-612, que nunca pudo ser bien adaptada al cine o al teatro, constituye un verdadero fenómeno de ventas: un best-seller para todas las edades que, desde hace ya décadas, se erige como el libro más traducido de la historia, solo superado por la Biblia. Según la editorial Gallimard, el relato del pequeño príncipe acumula la suma de 500 traducciones oficiales, incluyendo el quechua y el aimara. Eso sí, cada vez que se publica en una edición sin las ilustraciones de su autor, esos dibujos en acuarela de una simplicidad y belleza deslumbrante, pierde la mitad de su valor.
La fábula de “El principito” la conocemos de memoria quienes vivimos obsesionados con la infancia, ese lugar imaginario donde habita el personaje: un asteroide apenas un poco más grande que una casa, con tres volcanes y una rosa a la que aprende a cuidar. Desde ahí, el principito puede contemplar el atardecer tantas veces como quiera, dilatando el tiempo a su antojo: le basta con mover un poco su silla. El narrador, quien nos brinda toda esta información sobre el pequeño, es un aviador varado en el infinito desierto del Sahara, a miles de kilómetros de cualquier lugar habitado. Es él quien, cierta mañana, se encuentra con este niño salido de ninguna parte. “¡Dibújame un cordero!”, le pide el hombrecillo que, desde entonces, lo atormentará con todo tipo de preguntas.
Antes de arribar a la Tierra, el principito se detuvo en una serie de planetas pequeños ocupados por personajes con responsabilidades incomprensibles: un rey, un hombre de negocios, un vanidoso, un geógrafo, un borracho, un hombre dedicado a encender y apagar un farol. Un dibujo del niño siendo llevado por una bandada de aves silvestres nos muestra la forma en la que este abandonó su asteroide con la intención de explorar el mundo de los adultos. Se trata de un libro con un fuerte contenido filosófico, una obra poética que no subestima a los niños; al contrario, abre los ojos a los aspectos esenciales de la vida. Es una historia hermosa y melancólica que no tiene ningún reparo en abordar los grandes temas universales, como el amor, la amistad, la soledad o los pensamientos negativos que crecen invisibles, sin que nos demos cuenta, como esos baobabs gigantes que el niño tiene que arrancar de raíz, cada tanto, en su asteroide.
Si bien “El principito” fue mi libro de cabecera cuando aprendí a leer y a disfrutar de la literatura, no pasó mucho hasta que descubrí, en mi adolescencia, los otros significados atribuibles al relato de Saint-Exupéry, piloto francés durante la Segunda Guerra Mundial. La imagen del avión averiado en el desierto del Sahara adquiere otros significados. Aquel niño que intenta comprender el mundo desde la inocencia, la curiosidad y la imaginación resulta ser el negativo de esa realidad terrible que le tocó conocer a su autor. La visión ingenua y desconcertada ante los adultos, en las primeras páginas, cuando se nos explica que a los seis años este personaje dibujó a una boa devorando a un elefante, pero para los adultos se trataba de un sombrero, representa la línea que separa a los grandes de los chicos. Con esa misma intuición, le dibujará más tarde al principito un cordero dentro de una caja. “¡Así es como yo lo quería!”, es la respuesta inmediata del niño proveniente del espacio exterior. Cuestión de usar la imaginación.
Creo que uno de los grandes momentos de mi biografía como lector es el encuentro del principito y el zorro, cuando este aprende a domesticarlo. Una maravillosa alegoría del amor amical. O la muerte del niño hacia el final del relato, cuando se deja morder por la serpiente y no se trata más que de otra forma de volver a casa, aunque esto resulte tan perturbador para el narrador y también para nosotros. Quizás por eso siempre fui un niño dado a la melancolía e, incluso en estos tiempos, me gustan más los finales tristes. Antoine de Saint-Exupéry supo escribir un magnífico relato sobre los ideales, a la vez que una feroz crítica al materialismo. Lo hizo, además, desde el exilio, mientras buscaba que Estados Unidos se involucrara en la guerra. Tenía apenas 44 años cuando, en medio de una misión de reconocimiento, su avión se perdió al sur de Francia.

댓글