El aroma del pasado
- pedrocasusol
- hace 2 días
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Escribe: Xiomara Quispe
“Diré tu nombre, desde este futuro ido, desde la distancia, la ausencia y la esperanza casi ínfima. Sé que tu nombre traerá consigo lo hermoso de la libertad nacida en lo prohibido, entre lo crudo y real que compartimos…", comenzaba a escribir Sofía, era para Alejandro.
Se levantó enfurecida porque sentía que él no merecía la carta, o peor aún no la leería, y si lo hiciera no habría respuesta, cómo las últimas veces. Estaba nostálgica también, su recuerdo era poderoso, consumía su día, sus pensamientos y hasta sus acciones. Quería ponerle fin a ese sentimiento extraño, a esa turbulenta forma de sobrevivir sin saber de él, y aunque no tenga respuesta, es posible que la carta deje constancia en la línea del destino, que lo intentó una vez más, una última vez.
Mientras recorría su habitación, una sensación melancólica del fin definitivo la hizo salir de casa. Sofía tenía la costumbre de caminar a la cafetería del centro. La ayudaba a despejar la mente, la tarde fría, las hojas cayendo de los árboles y las flores otoñales aminoraba sus angustias. Tenía puesto el mismo abrigo de la última vez que lo vió, y creía sentir que aún tenía el aroma de Alejandro, pero era imposible, ese encuentro fué hace dos meses. Es posible que se lo haya puesto porque sabía que era la última vez que pensaría en él.
Tenía unos cuarenta minutos por delante, tiempo suficiente para pensar o recordar. Decidió recordar. Quería sentir nuevamente ese tiempo en que la ilusión le era favorable. Cerró los ojos y recordó su rostro, fué inevitable no sonreír. Siguió caminando lentamente, sintiendo cada paso e imaginando que volvía a hace dos años atrás, cuando lo conoció por primera vez. Recordó las llamadas esporádicas del inicio, cuando era tan natural contarle su conexión de infancia con ese autor que él le había contado, lo era porque se estaban conociendo sin ningún interés personal, sólo eran dos personas que les gustaba leer. Con el tiempo temas cotidianos eran comunes y ya no sólo eran llamadas sobre libros. Alejandro era amable, y aunque hubo una pausa, tal vez de meses, no fué relevante.
“Te vi por primera vez en una cafetería, junto a otras personas, era de noche, las luces del lugar eran preciosas, los comentarios iban y venían, pero entre todos, escucharte era interesante, tenías una forma peculiar de expresarte, aunque hasta ese momento no había tenido más curiosidad en ti que la del conocimiento literario”…
Ese encuentro fué especial para Sofía, sobre todo porque había vuelto a la ciudad después de meses, los comentarios, las risas y el ambiente le dieron la sensación de encontrar un lugar donde podría desenvolverse libremente. Marcaron un día para ir al museo de literatura, Sofía estaba animada y la mayoría también!
Sofía tuvo contratiempos para llegar al museo, pero pudo alcanzarlos cuando se dirigían a un bar cerca del museo. En el lugar se comentaba de los personajes importantes de la historia peruana que habían estado allí, mencionaban a algunos de literatura, políticos polémicos pero comprometidos. Entre bebidas, las conversaciones se hacían divertidas, interesantes y curiosas también, pues surgían preguntas que los obligaban a tomar una postura, lo que era desafiante también.
“Me sentía contenta, animada de pertenecer a este nuevo grupo de jóvenes entusiastas, te notaba un poco interesado en mis respuestas pero no pensé que fuera importante, puesto que te había visto muy cercano a una joven fotógrafa el día del encuentro literario en la cafetería, y esta vez, una joven contadora era particularmente atenta contigo”.
Era un nuevo universo para Sofía, se sentía de alguna forma, interesante también. Algo inusual, ya que todos a su alrededor se desenvolvían en órbitas de planetas similares, donde nadie era particularmente especial, pero en este nuevo grupo, sí que ella lo era.
“Traté de recordar, muchas veces, cómo es que nos volvimos a encontrar. Pero no pude encontrar cuál fué la intención, o la señal que dimos. Los días previos a nuestro primer encuentro recuerdo estar inmersa en un mar de preguntas, trataba de clasificarlo si era una simple reunión o una cita. Tenía la sensación de darle una importancia desmedida, pensaba si tú también tendrías presente las cosas que te conté sobre mi en las primeras llamadas.”
Sofía llegó puntual, pero no encontró a Alejandro, decidió explorar el lugar. Además de la pequeña cafetería, en los alrededores habían tiendas de todo tipo, librerías, y otras opciones, lugares bonitos para comer. Cuando Alejandro llegó, estaba un poco agitado, pero poco a poco se fué conectando a la conversación, ese encuentro no tuvo mayores expectativas, todo parecía ir bien, hasta que surgió la propuesta de verse nuevamente.
“Tenía dudas de una nueva salida contigo, sentía que la primera vez me había excedido en hablar; sobre mí, sobre todo, y no tuve ninguna objeción de tu parte, quizás porque traías mucho apetito, me escuchabas atento pero no prestabas atención real. Recuerdo que, camino a casa sólo pensaba en que debí prestarte atención a ti, en intentar conocerte. Así que, en la posibilidad de que este nuevo encuentro sea el último, elegí uno de mis libros favoritos para obsequiartelo”…
Ésta vez, Sofía llegó con un poco de retraso, pero todo bien.
“Verte ahí, sentado, esperándome, me generó una sensación extraña, tal vez nerviosismo? no podía saberlo, pero algo me dejó pensativa, lo que fué bueno, porque pude escucharte. Cuando íbamos bien en la conversación y nuestras manos se tocaron por primera vez, se sucedieron una serie de acontecimientos donde sólo me sentí una observadora incrédula, con participaciones itinerantes casi monótonas, que hasta hoy no me explico porque actué así.
"Recuerdo intentar concentrarme para continuar con mi relato, cuando casi abruptamente, nos quedamos mirándonos fijamente, casi congelados, tú me miraste de una forma que no entendía, por lo que traté de esquivarlos. Es casi incierto cómo me sentí cuando me di cuenta que tenías sujetada una de mis manos. Tu calidez me delató que algo había cambiado. Cuando decidí mirarte para confrontarte o para confirmar mi confusión, me miraste . Tal vez el libro que te obsequié al llegar cambió todo y no me había dado cuenta. Tal vez fué desde antes, sólo tú podrías confirmarme esto, pero no sé si vale la pena saberlo.”
Alejandro tomó con suavidad y nerviosismo inexplicable la otra mano de Sofía. El bullicio del lugar se estaba disipando, las personas parecían moverse en cámara lenta hasta desaparecer de escena. Sofía no pudo rehusarse. Parecía que todo sucedía frente a sus ojos y no podía detener lo que se venía.
“El primer beso que me diste fue imperceptible, lo siento, pero estaba congelada. No tuve objeción ni de mis pensamientos. Pero cuando lo intentaste de nuevo, te correspondí. Lo hice porque no me había permitido sentir nunca, siempre había algo más antes de mi. Pero tú, estabas actuando sin pedirlo, sin avisar. Ésta acción me hizo reaccionar a lo que estaba acostumbrada.”
Salieron del lugar, caminaron en silencio por las tiendas, sin un rumbo fijo, pero con la convicción de hablar sobre lo sucedido antes de marcharse a casa. Sofía, torpemente inició una serie de preguntas, sobre sus padres, su infancia, su etapa de estudiante, quería tan sólo saber algo más, algo de qué acogerse, quería imaginarselo, quería conocerlo. Alejandro era amable, respondía cordialmente pero tenía una preocupación notoria, quería decirle algo, pero Sofía, continuaba en este ciclo casi incesante de preguntas. Alejandro la tomó de las manos y le preguntó mirándola fijamente: Sofía quieres salir conmigo?
“Cuando me propusiste salir contigo, no sabía de su significado real. No sabía que era una promesa ficticia. Que al final terminarías desapareciendo, sin ninguna explicación.”
Sofía tenía tantas preguntas que se le notaban en el rostro, por lo que Alejandro le explicaba que era una forma de conocerse. Ella entendía que era importante, pues era poco lo que sabía de ambos, pero entonces, serían amigos? Era claro que no, porque había un beso de por medio. Si fueran enamorados, debía presentarlo a sus padres, o por lo menos podría hablarles de él?. Sofía pensaba mucho en tan poco tiempo, debía contarle que en unos meses se iría de la ciudad? era agobiante, pero todo se esfumó cuando la tomó de la mano y siguió el camino. Parecía que Alejandro estaba por fin aliviado, se notaba en su sonrisa y en su ojos había un brillo sin igual. Sofía en cambio no salía de su asombro. Le era tan ajeno todo. Alejandro la miraba, le hablaba y le besaba las manos mientras recorrían las tiendas. El cielo estaba tan bonito, el frío cálido, las palabras tenían una singular melodía, y todo parecía andar en armonía. Sofía se sentía notablemente ilusionada y hasta podría decirse que feliz.
“Caminar de tu mano, siempre fué lo mejor que tuve de ti. Recordar esa primera vez, me transporta a aquel día en que recorrimos el centro de la ciudad. Caminamos tanto. Pero valió la pena. Desde que te encontré fué interesante descubrirte distraído en tus libros. Durante la travesía, tus historias, tus afectos me daban seguridad. En el caos, descubrí tu ingenuidad, tus miedos. Me causaban gracia tus peculiares gustos, lo que me mostró otra dimensión de la realidad cotidiana a la que era ajena. Después de tu propuesta, no soltaste mi mano. Fuiste cálido, y parecías real. Los meses transcurrieron tan rápido, las memorias de esos encuentros permanecen aún en mi memoria. Pero un día dejaste de responder las cartas, las llamadas y no supe más de ti, aunque con esfuerzo, pude sobreponerme a ello.”
Sofía llegó a la cafetería, un poco cansada pero aliviada, tenía claro qué debía ir en la carta. Era definitivo, sería un adiós.
“Alejandro, pensé que tu último intento al buscarme era absurdo, casi incrédula acepté que nos viéramos de nuevo. Dos años sin saber de ti. Casi sin expectativas, fui a tu encuentro. Lucías diferente. Pero al encontrarnos en el silencio del lugar, pareció que volvías del pasado. Sólo lo sentí cuando tomaste mi mano nuevamente. Parecía real, pero algo te había cambiado, ya no tenías esa mirada. Había oscuridad en tus ojos. Tus palabras eran hirientes. Tu calidez se había esfumado.
Mis expresiones delataron mi confusión, pero no pude reaccionar cuando dijiste fríamente que ahora tenías una novia. Que te ibas a casar en unos días y que me habías escrito tantas veces, pero que no habías obtenido respuesta. Que no sabías que me había ido de la ciudad, decidiste mudarte y dejarlo todo atrás. Por un instante, comprendí tu enojo. Pero, no podía creerte. O por lo menos es lo que quise hacer en ese momento, porque fué tu madre quién me buscó y me advirtió de ti, me dijo que no te volviera a buscar. Que tenías una novia y aunque estaban distanciados pronto volverías con ella. Tal vez fué así, por eso dejaste de responder y yo de escribir.
Pero entonces, yo también tenía un novio y cuando te conocí decidí dejarlo todo. En la distancia pude recuperarme. Pero volviste a escribir, a buscarme porque al final no te habías presentado a tu boda.
Es posible que nunca hayas leído ninguna de mis cartas. Que todo lo que te dije se haya perdido entre direcciones incorrectas y silencios inevitables. Pero esta carta la guardaré yo. Para recordarme que, incluso sin respuesta, tu recuerdo me sostendrá. Sofía”
Sofía terminó de escribir la carta, y aunque sus ojos estaban humedecidos observó a través de la ventana: el cielo seguía despejado y algunas estrellas comenzaron a brillar, las hojas otoñales caían lentamente. Suspiró y se levantó para ponerse el abrigo. Sintió un aroma familiar, pero no le dió importancia. Estaba por llegar al mostrador, cuando lo vio entrar: era Alejandro.

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