Elvira Prudence
- pedrocasusol
- hace 2 días
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Escribe: Santino Soria
El boleto dorado era lo único que ocupaba la mente de todos los seres humanos. Este boleto, anunciado por Willy Wonka, permitiría que 15 niños entraran en su gran fábrica de chocolates. El caos era tal que no había pueblo sin una pantalla gigante en la plaza principal que mostraba el conteo de boletos encontrados. Hasta ese momento, eran 6, pero la pantalla cambió a 7. Todos corrían por las calles, apresurados por entrar a casa y ver la entrevista al nuevo afortunado.
La transmisión comenzó:
—Buenos días a todos. En últimas noticias, el séptimo boleto fue encontrado en Reino Unido. ¿Cómo estás, Tom?
Se mostraba una mesa repleta de postres a base de chocolate: mousse, pasteles, bebidas y, en el centro, una fuente de este dulce. Los periodistas, alrededor de la mesa, degustaban. Uno de ellos empezó a sorber el chocolate caliente, cuando una voz aguda gritó:
—¡DEJA DE SORBER!
Las cámaras enfocaron a una niña que rápidamente se sentó, se peinó y miró al reportero, pidiendo disculpas. Luego, sonrió a las cámaras sin mostrar los dientes.
—Pequeña, ¿puedes repetir tu nombre, por favor?
—Elvira Prudence.
—¿Cómo ganaste el boleto, Elvira?
—Es una historia muy divertida. Me encanta el do-r-a-do, amo el color d-o-ra-do, y me fascinan las cosas do-rradas—. Elvira se trababa al mencionar la palabra dorado, acompañándolo con un pequeño tic en su ojo. —Es mi cosa favorita en el mundo y, cuando supe que este color estaba en los chocolates, sabía que tenía que tenerlo en mi colección. Compré tantas cajas que mi cuarto parecía una fábrica de chocolates, y cada chocolate fue abierto personalmente por mí. En una de esas barras, salió el boleto. Estaba tan feliz que mandé a todos mis chefs a hacer postres con los chocolates para celebrarlo con ustedes—. La pequeña mostraba su boleto mientras posaba para las fotos.
El día de la visita a la fábrica llegó. Ella llevaba un vestido rojo con medias largas y blancas, un cinturón negro, y una cadena de su metal favorito. Mientras todos los niños corrían apresurados hacia la entrada, ella caminaba con calma, sosteniendo una sombrilla, acompañada de su mayordomo, el adulto encargado de cuidar de ella.
Después de varias horas de recorrido, ya solo quedaban 4 niños. Los otros 11 habían tenido problemas con las máquinas locas del señor Wonka.
—Muy bien, mis estrellitas, esta es la sala de los huevos de oro. Aquí tengo unos gansos muy especiales. Verán, los huevos de estos gansos contienen unos caramelos muy dulces—. Wonka metió la mano en una de las canastas llenas de caramelos, sacando un bloque de lo más profundo. —Si comes cinco de estos, puedes desarrollar diabetes en cuestión de minutos. Por eso los fundimos y hacemos láminas que parecen cristal para después romperlas y hacer un polvo, que vendemos en pequeñas cantidades, con la debida precaución.
—¿Cómo puede vender un caramelo tan peligroso a los niños?— gritó una niña.
—¡Cállate! Esto es genial, puede ser un dulce ilegal y, cuando se prohíba, seré millonario vendiendo— respondió otro niño.
—Señor Wonka, sé que esto es para los niños, pero… —comenzó a decir un abuelo, pero fue interrumpido por Elvira, que miraba a su alrededor.
Ella observaba los gansos en sus nidos, y debajo de ellos había tres pozos. En el centro de la sala, varios trabajadores inspeccionando los huevos y otros arrojaban caramelos a los pozos, para ser enviados a la fundidora, todo pintado de dorado. Wonka tomó una bandeja con una montaña de caramelos. Al probar uno, Elvira sintió un temblor en su cuerpo, como si el caramelo le hubiera dado un golpe de energía. El color dorado la fascinaba, y comenzó a saltar como loca. Se subió a una de las mesas y giró rápidamente, mientras su mayordomo gritaba:
—¡Señorita, no haga eso!
La niña abrazaba los huevos dorados y hablaba sola:
—Quiero un ganso que me dé un huevo dorado cada día, lleno de caramelos. ¡Lo quiero ahora! Quiero todo el dorado en mis manos, en mi cabello, en mi ropa—. En un momento, miró dentro de los pozos y vio un líquido espeso dorado. —¡Lo quiero YA!— Y se lanzó dentro de uno de los pozos, seguido de un grito desgarrador y un fuerte splash.
—Señor Wonka, ¿a dónde van esos pozos?— preguntó el mayordomo, temblando.
—Van a la fundidora de los caramelos— dijo el señor Wonka frívolamente, como si la niña no importara.
—¡Señor Wonka, el señor Prudence me matará! Diga, por favor, ¿cómo podremos salvarla?— El mayordomo comenzó a sudar y a morderse las uñas.
Wonka suspiró y los llevó a un pequeño elevador que descendía. Al llegar, se encontraron en una sala con un caldero gigante.
—Señor Wonka, ¿dónde estamos?— preguntó el mayordomo, cada vez más agitado.
—Esta es la fundidora, donde tuvo que caer su pequeña—. Wonka jaló una palanca que detuvo el fuego y apretó un botón, haciendo que una caña de pescar lanzara un anzuelo dentro de la mezcla. —Espero que no tarde en encontrarla, antes de que se enfríe y se convierta en una roca— susurró a uno de los niños.
Cuando la caña fue levantada, salió un bloque gigante de dulce dorado, y dentro de él, se podía ver a Elvira.
—Como Han Solo en Star Wars— comentó uno de los niños.
—Sí, pero la diferencia es que Elvira tiene una gran sonrisa, aun dentro del bloque— dijo Wonka entre risas.
De repente, varios trabajadores de Wonka aparecieron y comenzaron a entonar un canto curioso:
Elvira Prudence,
Elvira Prudence,
Te presentaste como una niña educada.
Pero como cada ser humano, tienes tentaciones.
Y caíste en ellas, literalmente.
Pero mira el lado bueno, sigues siendo una niña dulce.
Esperemos que no le causes diabetes a alguien.
Y siempre brillarás como el oro,
Pero no tanto para no quemar las retinas de los demás.
Espero que disfrutes tu estadía en ese dulce,
Ya que quizás sea el último que pruebes.
Recuerda que todo en exceso es malo.
Y si sigues así,
Puedes llegar a un punto en donde el sonido de un alfiler cayendo
Te estrese, pero no somos tus padres para decirte eso.
Quizás te lo puedan decir en las únicas 5 horas que los ves al mes,
O quizás te envíen regalos para reparar el tiempo perdido.
Los trabajadores se taparon la boca y se retiraron.
—Señor Wonka, no puedo llevar a Elvira dentro de un bloque de caramelo a casa— dijo el mayordomo nervioso.
—Cierto, trabajadores, quiero que lleven al mayordomo de los Prudence a la sala de testeo de dulces— ordenó Wonka a cinco trabajadores, quienes asintieron.
—¿Qué es esa sala, señor Wonka?
—Oh, esa sala es donde hago que unas máquinas prueben los dulces para ver si son aptos para la venta. Ella será enviada a esa sala para que las máquinas la laman hasta deshacerse del dulce, y volverá a ser la misma niña de siempre, solo que con el líquido que uso para simular la saliva.
Al final, la pequeña Elvira salió de la fábrica cubierta de “baba”, aún llena de energía, mientras su mayordomo intentaba limpiarla con un trapo.

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