Entre música y luces
- pedrocasusol
- 13 oct 2024
- 11 Min. de lectura
Escribe: Brian Crispin
El sol del último día de clases alumbraba al campo verde, las flores y los árboles de la facultad. Desde la ventana del salón podía ver a algunos compañeros frente al periódico mural pegando afiches de la fiesta de fin de año en la casa de Amelia.
–Nos vemos en la esquina de siempre a las 5 de la tarde, ya sabes, bien bañado y oliendo rico –dijo Brandon, el leal amigo que no se perdía ni una fiesta, incluso dejó de ir al velorio de su abuelita para ir al aniversario de la universidad.
Al salir del campus e ir, poco a poco, despidiéndome de mis amigos y compañeros, me detuve por unos momentos en la calle de al frente desde donde se veía la entrada principal, “un año se fue volando”.
El agua caía en mi piel y una sensación de flotamiento aparecía por mi cerviz, recordaba con nostalgia el primer día de clases junto a la gran satisfacción de haber ingresado a la universidad. Brandon se había sentado junto a mí, desde ese día se volvió mi amigo, por debajo del pupitre me dio entradas a la reunión de bienvenida de ingresantes que organizaba Amelia, esa fue la primera vez que la conocí. Llegamos a su casa y nos recibió con un vestido azul noche escotado, y unos tacos plateados que brillaban junto a las uñas de sus rosados pies. Esa noche durante todo el rato estuve parado en una esquina con un vaso de chicha que llevaba la mitad de un limón como decoración, no me llamaba la atención la música ni el ambiente, los invitados iban llegando y todos saludaban a Brandon, quien me iba presentando con cada uno de ellos, yo les saludaba con un “Hola” a secas y seguían en su mundo, bailando y bebiendo, algunos más atrevidos se iban por el lado más oscuro en parejitas.
Durante ese año, recurrentemente las fiestas se llevaban a cabo en la casa de Amelia, los motivos eran variados y pintorescos, incluso una vez hizo una fiesta porque quería estrenar nuevo corte de cabello.
Dentro de mi ropero busqué un pantalón jean azul y un polo blanco con algunos detalles en el pecho. Debajo de la cama saqué mis zapatillas de gamuza azul y les di una pasada con un trapo húmedo para limpiarlas, me di una peinada con mis manos y ya cambiado fui a la habitación de mis padres para perfumarme con alguna de las colonias que mi padre usaba para ir al trabajo, escogí la que tenía un envase en forma de diamante dorado.
En la esquina citada, estaba Brandon y otros amigos esperándome, los saludé y fuimos en bus hasta la casa de Amelia, en el camino, cada uno decía el plan que tenía para esa noche. Jhony quería declararse a Rosita, Hugo esperaba dar su primer beso. ¿Y cuál es tu plan?, me preguntaron, a lo que respondí: “El mejor plan es no tener ni un plan”, era un hecho que en las pocas veces que asistía a una fiesta era de poco bailar, más que nada me gustaba estar en una esquina observando a todos y si se daba la oportunidad me agradaba el hecho de poder conversar con una chica y beber un poco.
Esta vez la fiesta fue en la terraza, unos muebles color celeste bordeaban las paredes, en la mesa había bocaditos con bebidas y las guirnaldas con luces daban un ambiente simulando un palacio que combinaba muy bien con la luz extendida de la noche. Un Dj comandaba las luces y la música junto a su consola con un par de parlantes.
Los invitados iban llegando de a pocos, todos se me hacían conocidos y me saludaban, se iban acomodando en los muebles o en los alrededores de todo el ambiente, unos cuantos cogían un vaso de bebida y se ponían a conversar. Momentos más tarde, la terraza estaba casi llena por los asistentes, aún así había un espacio en el medio que cumplía de pista de baile, un grupo de amigas estaba frente a mí y una me miraba de reojo.
–Es hora de bailar, saca a bailar a esa flaca que te está mirando como pollito a la brasa –dijo Brandon, se había dado cuenta de la mirada de aquella señorita.
–Que acabe esta canción y voy –contesté.
–No seas sonso, mejor es en medio de la canción, así te acercas dando unos pasitos de baile y das una vuelta y coges su mano, vas a ganador –añadió Jhony que de por sí ya estaba algo ebrio por el alcohol.
Hugo estaba en su salsa, estaba de carnecita bailando en el medio de dos chicas que le hacían sanguchito. Me miró y me hizo un gesto con las cejas. “Espero que esta vez pueda dar su primer beso”.
Al acabar la música, miré a los ojos a esa muchacha, a lo cual ella desvió la mirada. Puse el vaso de chicha en la mesa y cuando estaba a punto de dar el primer paso hacia ella, un joven con una casaca de cuero la sacó a bailar, ella envolvió su cuello con sus brazos y él la besó, y se fueron dando vueltas hasta la pista de baile.
–Así pasa manito, pero hay más chicas –dijo Brandon y me dio unas palmadas en la espalda a modo de consuelo.
–A veces sucede que tienes pareja, pero te sientes atraído por otra persona, puede que sea el caso de esa chica –pensé en voz alta, serenamente.
–Disfruta la noche, no te me pongas de filósofo.
Brandon se había emparejado con Lucía, la chica de las copias, quien se encargaba de publicitar las fiestas y agasajos en las paredes de la facultad, trabajaba también para el decano en temas administrativos y los afiches que anunciaban la reunión llevaban el sello del decanato para más formalidad.
La fiesta seguía su ritmo, mis amigos ya estaban en parejitas, Jhony con Rosita, Brandon con Lucía y Hugo con Romina, una muchacha que, según él, tampoco había dado su primer beso y esa noche estrenarían labios juntos en pleno baile sensual. Me ubiqué en el muro desde donde podía observar una parte de la ciudad, los autos se veían como puntos escarchados y las luces de las avenidas alumbraban a los pocos transeúntes que caminaban en múltiples direcciones.
Un auto se detuvo en el paradero de al frente, se bajaron dos muchachas, una de las cuales al bajar miró hacia el punto donde yo estaba, la otra, por su parte, la cogía del brazo y le ayudaba a ubicarse en la vereda. “Seguro ya viene picadita”, al poco tiempo, las dos muchachas estaban en la fiesta junto al grupo de Amelia. Sentía que la muchacha quien me miró al bajar, ahora me veía, su mirada viajaba como ondas hacia mi lugar atravesando todas las cosas entre los dos, comencé a observarla, llevaba puesto un conjunto azul marino de saco y pantalón, una blusa color melón y un pequeño collar, su cabello castaño lacio brillaba intermitente debido a las sombras de los que pasaban por su lado. “¿Y si la saco a bailar?”, “A lo mejor en un rato viene su enamorado”, “A la siguiente canción voy sí o sí”, “¿Me mira o no me mira?”. Dejé mi bebida al filo del muro y me acerqué después de verla sola por un buen rato.
“Hola, ¿bailamos?”, dije y desvió la mirada, vi que tenía los ojos verdes que ocultaban un silencio interno ante mis palabras, la muchacha que la acompañaba se acercó, me observó de pies a cabeza como escudriñando mi alma y le dijo algo al oído para luego marcharse. Me senté a su lado, los invitados bailaban, reían y bebían, los más atrevidos se daban de a besos, uno de ellos era Hugo.
Un suave calor envuelto en piel acarició mi mano izquierda que estaba descansando muy al borde de la silla. “Hola, sí quiero bailar”, dijo lentamente, completé el asir de nuestras manos y nos pusimos de pie, su mirada por ratos iba hacia el suelo, por timidez o quizá porque no quería mostrarme por completo sus ojos verdes.
Cuando saques a bailar a una chica, una mano con su mano y la otra en su cintura y de a pocos empiezas a moverte, no olvides el clásico “uno, dos, tres”, evoqué una clase de baile con mi padre. La muchacha puso su mano y brazo izquierdo a la altura de mi hombro derecho y empezamos a bailar, la música ameritaba la pulcritud de los pasos en medio de las demás parejas. Una salsa sensual con trompetas y saxo me hizo olvidar por completo de mis amigos, más no olvidé que el baile era mudo y empezamos a charlar.
–¿Qué tal, vienes de otra fiesta?
–No –sonrió ligeramente.
–¿Y cómo te llamas?
–Me llamo Lizbeth y la otra muchacha es mi hermana mayor.
–Oh Lizbeth un gusto. ¿De qué facultad eres?
–Soy estudiante de Derecho. ¿Sabes?, eres el primero que me saca a bailar, pensé que no bailaría esta noche.
La hice girar para finalizar el baile y la música acabó, su mano seguía cogiendo la mía. Las demás parejas se soltaban y se separaban, en cambio, nosotros caminamos de la mano hacia los asientos vacíos. Veía algo extraño y bello en ella, la forma de decir las palabras, sus movimientos, su mirada por ratos al vacío y nuestras manos juntas.
–¿Y tú cómo te llamas? –me preguntó, recordé que en todo el rato no le había dicho mi nombre, empezó a sonar la música y le contesté.
–Cuéntame más de ti, quiero bailar contigo toda la noche –continúo.
–Estoy cursando el octavo ciclo de la carrera de Tecnología Médica, me gusta leer y ver películas, además de tomar fotos a los atardeceres y paisajes.
–Qué bonito, me gusta también las obras literarias, pero en mi caso prefiero los audiolibros, se me hacen más accesibles, así también estudio los tomos de derecho romano que voy cursando.
–Interesante.
–A veces me quedo dormida escuchando un audiolibro y lo maravilloso es que en mis sueños continúa la historia, veo a los personajes, voy por los paisajes, el mar y hasta puedo volar.
–Ya que mencionas al mar, yo voy al menos una vez al mes a ver el atardecer en la playa de Barranco.
–En las pocas veces que he ido, me ha gustado mucho sentir la arena bajo mis pies y oír el lenguaje del mar, más no he podido ver el atardecer.
Nuestra charla se coloreó de temas interesantes, conversábamos de todo un poco, de historias fantásticas, de dioses, de cosas imposibles y preguntas sin respuestas: cómo un elefante podría volar pasando por el ojo de una aguja, cómo podríamos guardar una nube en nuestra mochila para nuestro próximo primer día de clases. Nos reíamos a gusto de esas cosas que íbamos inventando.
Pasaron así un par de horas, los invitados empezaron de a pocos a retirarse y la terraza se fue haciendo más grande. Amelia se despedía cordialmente de cada uno de los asistentes y después traía más bebidas para los que estábamos aún presente.
–Te veo con los ojitos brillosos –dijo Brandon apareciéndose a mi lado derecho. Lizbeth estaba del otro lado.
–Algo así –respondí con rubor.
–En un rato ya nos vamos, ya serán las tres de la mañana.
–Hay que ponernos de acuerdo. Llegamos juntos y nos vamos juntos.
–Claro que sí –asintió Brandon y se fue a seguir bailando.
–¿Ya se fue tu amigo? –preguntó Lizbeth mirando al vacío.
–Sí. ¿No lo notaste?
Por momentos Lizbeth movía su cabeza mirando a todos lados y sus ojos se empozaban en mi extensión corporal, las luces tenues de las guirnaldas y la oscuridad de la noche retrataban su semblante tímido, por ratos me soltaba la mano. La idea de que había algo especial en ella se acentuaba más y más.
En la pista de baile quedaba poca gente, Brandon abrazado de Lucía miraba a Jhony quien se encontraba en la calle de al frente embarcando a Rosita en un taxi, cuyo conductor era un tío de ella, le dio un suave beso y la hizo subir, cerró la puerta y volvió con nosotros. Hugo estaba sentado cabeceando de sueño al lado de Romina, a quien Amelia le había dado cobijas para el frío de la madrugada.
La noche hacía lo suyo devorando nuestras ganas de seguir despiertos y aumentando nuestro anhelo de ir a dormir, como dándonos la orden de que ya teníamos que ir a casa. Lizbeth me dijo que también me despidiera de su hermana, afirmó que estaría bailando. Pensé que por la luz suave o por el sueño no se había dado cuenta, su hermana junto a otras chicas estaba con un grupo de chicos al lado la puerta de salida.
Nos dirigimos dando un último baile, por el compás que nos exigía la música le di un par de vueltas y por el movimiento se le desprendió el collar que llevaba, pero no lo notó y seguimos caminando y bailando a la vez. “A lo mejor está probando mi caballerosidad”, “Las mujeres siempre nos ponen pruebas, hermanito”. Le dije que me espere un momento, recogí el collar y se volví a poner. Sentí su respirar en mi nariz, sus ojos que me miraban y miraban a los alrededores, la letra L color plata se veía de nuevo en su cuello.
“Está bien amigo, muchas gracias por bailar con mi hermana, fuiste su caballero esta noche”, dejé a Lizbeth con su hermana y el grupo de chicos, ellos me miraban de pie a cabeza y soltaban comentarios que por la distancia no fui capaz de oír, dirigieron a Lizbeth a un asiento y me fui con mis amigos.
La fiesta terminó por completo, Amelia ordenó a todos a ir a la sala, bajé con mis amigos y sus respectivas parejas junto a los pocos invitados que quedaban.
“Ahí está”, “Es él”, escuché desde el umbral de la puerta del salón de estudio de Amelia, era la hermana de Lizbeth.
–Amigo, no te vayas a ir por favor.
–En un rato ya me voy. ¿Pasó algo?
–No, solo que…
Lizbeth empezó a caminar hacia mí, lo hacía de manera temblorosa como si estaría caminando al borde de un acantilado, al llegar a mí, apoyó ambos brazos en mi pecho, con una mano cogió mi barbilla y me dio un suave beso en la mejilla. Me dio una hoja de papel doblada. “Lo lees cuando estés a solas”, la guardé en mi bolsillo, me abrazó fuertemente y pude sentir las pulsaciones de su corazón.
–Caramba, a ninguno de nosotros nos han dado una carta de amor – exclamó Brandon desde su asiento de copiloto al lado del taxista.
–Léela pues compadre, no nos dejes con la duda –siguió Jhony
–Ábrela, no seas huevo frito, lo más seguro es que dice que mañana la recojas para ir al cine y la carta es un croquis de su casa –añadió Hugo.
Brandon daba indicaciones al taxista y éste le asentía con la cabeza y por ratos me miraba por el espejo retrovisor. Estábamos sentados en los asientos posteriores: a mi lado estaba Jhony y por ratos me insistía en abrir la carta y Hugo se había quedado dormido al lado de la ventana, llevaba consigo la cobija que le había dado Amelia.
A pesar de todas las insistencias por parte de mis amigos no abrí la carta, si Lizbeth me había dicho que lo leyera a solas pues así tenía que ser.
Los ladridos de unos perros se oían a lo lejos en mi vecindario, las casas estaban totalmente dormidas al igual que Jhony y Hugo, me bajé con cuidado del auto y me dirigí hacia el lugar del copiloto, le di unas monedas a Brandon “toma para el pasaje”, sus ojos estaban en una batalla con el sueño, me despedí también del taxista, un hombre con rostro amigable y atento. Esperaron a que entre a mi domicilio para seguir su trayecto.
No tuve la necesidad de encender las luces de mi sala, por las ventanas entraban algunos rayos de luz de los postes aledaños a mi casa, que, a pesar de las cortinas, alumbraban lo suficiente como para poder dirigirme hacia el piso de arriba, subí las escaleras con cuidado y el foco con detector de movimientos se encendió, la luz que emanaba era como el minúsculo fuego de una vela. Fui a la habitación de mis padres y los vi acostados, el ronquido de mi padre irrumpía levemente al sonido de la oscuridad y mis pasos. Cerré la puerta y fui a mi habitación, me cambié de ropa y me acosté. Un estado de relajación se expandía por mi dimensión corporal y de pronto di un respingo. ¡La carta! di un grito en silencio hacia mi interior. Encendí la luz y saqué la carta del bolsillo del pantalón.
¿Qué colores tiene la vida?
¿qué colores tiene el tiempo?
de tu mano a mi piel
he dibujado la noche y las luces
Muchas gracias, me he divertido mucho, pensé que pasaría desapercibida entre todos los invitados. Sin embargo, esta noche al estar conmigo olvidé por completo que nací con glaucomas y que desde niña he ido irreversiblemente perdiendo la visión hasta tener ceguera total. Espero, de corazón, algún día volver a vernos.
Un abrazo
Lizbeth
En la parte inferior derecha había un dibujo de un hombrecito, sin duda alguna era yo. Apagué la luz y sentí, como si esa noche, Lizbeth fue capaz de ver las estrellas a través de mis ojos.

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