Sobre la nostalgia
- pedrocasusol
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Escribe: Pedro Casusol
“Nostalgia is a beautiful lie”, leo en las redes sociales, culpa de aquel oráculo moderno al que llaman algoritmo. La frase queda dando vueltas en mi cabeza durante la semana. Es cierto, me repito mientras cocino, subo escaleras camino al salón de clases o envío correos electrónicos una tarde cualquiera. La nostalgia es una cosa muy extraña. Es una mentira, para empezar: los recuerdos se revisten de un misterioso fulgor. El sepia de las fotos antiguas, el anhelo de un tiempo pasado que ya no volverá. Un sentimiento triste y alegre, próximo al “saudade”. La idealización de un mundo irrecuperable.
Me pasa desde niño, debo admitirlo, siempre he sido propenso a la melancolía. Así que la nostalgia me atacaba desde pequeño. Pero ¿añoranza de qué? Si apenas había vivido. De cierta imagen o sentimiento, me imagino. Viene entonces a mi cabeza una playa en invierno. Las calles desiertas de Lima en vacaciones. La neblina y el frío colándose entre las fibras de mi ropa. El viejo Toyota Celica deportivo de mi padre. Quién sabe, tal vez no anhelo un recuerdo y lo que describo es producto de mi imaginación. Algo que soñé, un collage. Heráclito queriendo volver a un río donde nunca estuvo.
A pocos meses de cumplir cuarenta me he vuelto una máquina de consumir nostalgia. Lo hago en todas partes, recordando o encontrando imágenes que aparecen en el scroll infinito de las pantallas de mis dispositivos tecnológicos. Una imagen de la avenida Javier Prado hace solo veinte años me provoca una profunda melancolía; una foto de la Carpa Grau, a la que nunca fui, me genera una extraña desazón. A veces pienso que soy víctima de una tendencia social de comportamiento, la “nostalgia millennial”. En otras palabras, soy un target, un nicho en el mercado, un público objetivo. Eso explica todos los reboots, secuelas y “recuelas” que pretenden explotar esta añoranza.
Un ejemplo perfecto es el anuncio de cierto espectáculo para treintañeros que crecieron pegados a la caja boba, sea en la década de 1990 o inicios de 2000. Un evento que nadie sabe de qué va ni cómo se verá, pero que ya puso sus entradas a la venta apelando a la nostalgia de toda una generación que perdía horas de la tarde contemplando a un bufón hacer muecas, interactuando con modelos y motivando a otros jóvenes a que participen en juegos ridículos que siempre venían auspiciados por una marca o producto. Sí, de eso tenemos nostalgia los adultos ahora: juguetes de plástico, figuras de acción, videojuegos y consolas descontinuadas, aparatos electrónicos made in China.
El producto se convierte así en un talismán capaz de retroceder el tiempo, convertirte en un niño, volver a una época en la que todo era más fácil o tenía mayor sentido. Pero la nostalgia es una trampa, el truco es que nunca podrás volver. Aferrarte a imágenes y objetos solo te traerá dolor. Porque la añoranza no radica en la experiencia como tal. A quien echas de menos es a la persona que fuiste cuando viste ese programa o escuchaste esa canción. Freud interpretaba la nostalgia como una especie de enfermedad causada por la insatisfacción con el presente. Pero la mente no está hecha para vivir en el pasado. Por eso mismo trato de meditar, enfocar mis pensamientos, recordar que la nostalgia es una mentira y que la vida es eso que pasa mientras escribo.

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