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Agua

  • pedrocasusol
  • hace 16 horas
  • 1 Min. de lectura

Escribe: Gabo S, Granda


Cuando estaba dispuesto a abrir la llave de agua, solo vi dos pequeñas gotas fúnebres que chispeaban moribundamente al tratar de salir del cesto de plomo.

 

Le pregunté a Yefry si pagó los servicios y me dijo que suele pagar los 24, cuando la estabilidad macroeconómica del mercado le permite jugar con sus tarjetas de crédito como quien juega una partida de naipes.


-Espera un momento, parece que volvió con una fuerza corrosiva dispuesta a romper aquel cesto de plomo y caer sobre mi cabeza. 

 

Las dos pequeñas gotas se deslizaron sobre el remolino del cuero cabelludo y tan solo me refrescaron la memoria de que vivíamos en medio de un desierto en medio de la neblina, plagado de esteras, donde las cisternas se niegan a naufragar pues no existe señal atmosférica que los salven de la criminalidad de la tarde si se encuentran con algún sicario del tren de Aragua.


-Espera, no es agua, es un pequeño líquido aceitoso que busca teñir de negro los Valdés blancos alrededor del pequeño pupitre montado de ladrillo corroído.

 

-Enciende la radio para ver si hay algún aviso de la autoridad del agua -comentó mi madre absorta, mientras buscaba pequeñas pulgas en la panza del gato

 

Salí semidesnudo de aquel leprosario al que llamábamos ducha y la radio vociferó entrecortada.


-Ecocidio, ecocidio, ecocidio en el Mar de Ventanilla.

 

Mientras observaba que el azul resplandeciente que chispeaba en la ducha se estaba tiñendo de negro.



 
 
 

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