El vestido azul
- pedrocasusol
- 22 abr
- 3 Min. de lectura
Escribe: Thalía Correa
Ibas bien vestido, camisa y pantalón planchado, zapatos lustrados, como si fueras a una reunión importante. Yo llevaba puesto el vestido azul cielo que me regalaste en mi cumpleaños, me sentía muy guapa con el maravilloso peinado que te esforzaste en hacerme. Sí, los zapatos me apretaban, pero no importaba, tampoco quería decirte. Cero distracciones. Me dijiste:
-No importa cómo te vistas todos los días, pero los sábados cuando vengas a la casa de Dios, tienes que estar impecable.
Te miré y asentí como si tuvieras la verdad de todo, aunque muchas veces no entendía lo que decías, nunca puse nada en duda, todo era así tal cual lo decías. Al llegar a la iglesia no iba a jugar con todos los niños, prefería quedarme sentada a tu lado escuchando al pastor. Los sábados eran por mucho mis días favoritos. Despertar, arreglarme, escucharte cantar canciones de José Luis Perales de camino a la iglesia, comprar el almuerzo y merienda del día, ver Cantinflas, tratando de entender sus bromas y tu risa descontrolada.
Es gracioso pensar en esa rutina de los sábados ahora. Un año solo tiene 52 sábados, más de lo que duró la mejor rutina de mi niñez. Te fuiste sin decirme nada. Los sábados dejaron de ser mis días favoritos. Desde entonces fui por mi cuenta a iglesias católicas, mormonas, pentecostés, aprendí hebreo, pero nunca volví a sentirme igual. Aunque busqué y busqué, terminé sumergida en una especie de hoyo negro, por más que corriera, huyendo de aquel espantoso sentimiento de abandono, terminaba atrapada por él, me abrazaba fuerte, tan fuerte que muchas veces me asfixiaba. Yo no quería ser Jenny de Toy Story 2, pero cada vez que cerraba los ojos era la vaquerita olvidada y empolvada debajo de la cama de Emily. Tenía 13 años, ninguna respuesta, pero si mucha rabia y tristeza.
Estuve brava con el mundo por mucho tiempo y encontré una manera fácil de escapar de toda esa ira. A los 16 años escondía botellas vacías de vodka barato en mi armario. Todos los días, después del colegio, mi cuarto era punto de encuentro, licor, música, amigas y muchas risas. Mi nueva rutina. Te recuerdo volver antes de acabar el colegio, quería crear un vínculo otra vez, pero yo ya estaba ocupada, no tenía tiempo ni ganas de hablar con él, su risa me fastidiaba y ya no aguantaba sus bromas desubicadas. No lo necesitaba. Ya no tenía 7 años y odiaba a Cantinflas.
No necesitaba de nadie. Éramos mi botella y yo. Una noche mamá llegó y me encontró encerrada en el baño, dormida, abrazada al inodoro. La escuchaba como un eco, me castigaba gritando, amenazaba con quitarme la mesada de un mes, yo me esforzaba por abrir la boca para decirle que estaba bien, pero no podía. No tenía control de mi cuerpo. Cuando encontró las dos botellas de vino que me había tomado, gritó:
- ¡Darío, ven a ayudarme, la niña no responde!
Pobre mamá, seguro que no fue una buena imagen, pero eso solo fue el inicio. Además de tomar, empecé a fumar junto con mis amigas. Las mujeres tenemos mucha ventaja a la hora de conseguir lo que queremos con solo miradas y sonrisas. Yo no. A mis amigas les vendían de todo, aunque estuviesen uniformadas. A mí no. Después de la graduación se me hizo difícil conseguir licor, yo no tenía la habilidad ni creatividad de mis amigas, además era muy tímida para mirar a los ojos a cualquier persona. Empecé a hacer reuniones y encuentros en casa, y el licor nunca faltó.
Al cumplir 18 me abrí tres piercings. No respondí más los mensajes esporádicos que me enviaba papá. No hice más reuniones. Dejé de hablar con mis amigas del colegio. Dejé la universidad sin decirle a nadie. No comía. Mi mamá y su querido novio, Darío, estaban muy ocupados para prestarme atención. No se daban cuenta de nada.
Para mi cumpleaños 21 me compré un vestido azul, llegando a casa me lo puse, me peiné y miré al espejo. Quién era esa persona frente a mí. Sonreí apenada y vi que le faltaba un diente a la imagen del espejo. Lloré. Recordé que había perdido un diente hace un mes, caí de boca por las escaleras. Adiós diente. Ya no quería vivir. Perdí el control total. Busqué el ultimo Capitán Morgan que me quedaba y lo mezclé con pastillas para dormir.

Comments