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Emma y los caballeros del rey

  • pedrocasusol
  • 21 abr
  • 5 Min. de lectura

Escribe: Tamara Assayag


En una pequeña isla de suelos arenosos, vivía una niña llamada Emma. Su cabello rubio contrastaba con su rostro endurecido por las adversidades. Emma tenía diez años y vivía en una humilde casa con una sola habitación, sin baño, donde la cocina y la sala se confundían en un mismo espacio. A pesar de las dificultades, Emma era determinada y valiente, aunque el peso de la pobreza del 99% de sus compatriotas, incluyéndola a ella, la acompañaba en cada paso.


Cada mañana, Emma se despertaba tarde, a las 8:00 a. m., y corría hacia la única escuela de la isla. El camino podía ser de todo menos sencillo: debía cruzar una construcción abandonada llena de clavos y maderas que formaban un mini laberinto, atravesar unos baños públicos que olían terriblemente mal y pasar por el concurrido mercado. Allí, siempre se veía obligada a robar una manzana para desayunar.


La escuela estaba dividida entre niños ricos —hijos de los únicos ricos, los corruptos gobernantes— y los pocos becados y pobres, como Emma. Su ropa desgastada y sus sandalias rotas la delataban como una de ese grupo de excluidos. Sus días transcurrían entre burlas y soledad; incluso al almorzar en los baños, alguna niña odiosa le lanzaba basura para humillarla. Pero Emma jamás decía nada, consciente de que los profesores estaban comprados.


Un día, Emma tomó una ruta diferente para volver a casa. Caminó por la playa, contemplando el vasto océano y limpiándose las manchas del vestido blanco que tanto apreciaba. Fue entonces cuando, al escuchar gritos de desesperación, se escondió detrás de un bote para observar.


—¡Por favor, tengo hijos! ¡No nos queda nada! —suplicó una mujer.


—Y a mí que me importa —respondió uno de los dos soldados en tono de burla.


Emma vio cómo los hombres cargaban sacos de oro robados a los pueblerinos. El corazón de la niña se llenó de ira, pero también de miedo. Sin querer, su escondite hizo un ruido, y Emma huyó aterrada hacia su casa. Esa noche, mientras intentaba dormir en el viejo sillón que hacía de su cama, no pudo evitar pensar en lo que había presenciado.


Al día siguiente, fue a la biblioteca del pueblo y, tras meterse en una sección prohibida, encontró documentos que explicaban el origen del problema: el corrupto gobernante del país, Roger kinspi, había hecho un trato con el rey Pipino de Pipinoya. A cambio de protección para la élite, los soldados del rey tenían permiso para saquear al pueblo.


Decidida a hacer algo, Emma volvió a la playa. Cuando vio a los soldados robando nuevamente, los enfrentó.


—¡Hola, soy… bueno eso no importa, el punto es que les exijo que le devuelvan las riquezas a mi pueblo! —exigió con una voz media temblorosa y con el corazón latiendo a mil por hora.


Los soldados estallaron en risas.


—Mira mocosa, una niña pobre como tú no se va a meter con nosotros y mucho menos exigirnos algo, yo trabajo para mi reino y por mi beneficio y te cuento que lo que tú me ordenas no me conviene, si no puedes contra ellos únetelos- se agachó para estar a su altura y le dijo- Si mi rey se hunde se hunde conmigo y yo me niego morir siendo uno de ustedes, así que en vez de hablar por hablar deberías comportarte de forma inteligente.


Emma sintió que las palabras la aplastaban. ¿Era cierto? Sin responder, huyó de nuevo a casa, con las palabras de los soldados resonando en su mente.


Días después, el carruaje del gobernante llegó a la humilde casa de Emma. Su madre, asustada, la miró con pánico.


—Emma, ¿qué hiciste? —preguntó temblorosa.


Emma subió al carruaje casi que obligada por la mirada de su confundida madre y se encontró cara a cara con Roger Kinspi, un hombre pequeño de bigote blanco y ropa extravagante.


—Sé lo que intentas hacer, niña —dijo con voz fría.


—Si se refiere a evitar que mi gente se vea a afectada por su horrible trato con el rey Pipino de Pipinoya, entonces está en lo correcto-.


—Te contaré una historia, hace años yo tenía un perro, lo mataba de hambre por semanas porque quería verlo comer su excremento, y aun así siempre me movía la cola cada vez que me veía.


—Y eso qué- dijo Emma casi gritando de impaciencia.


—La gente como té es parecida a ese perro, es cierto que me odian y me desprecian, pero es tal el miedo que les causo que siempre me mueven su cola en mi presencia, la única diferencia es que ustedes son cobardes y no fieles.


—Eso no es cierto- exclamó la niña- No compares a tu pueblo con un animal, todos saben que usted es un hombre sin honor.


—Si es cierto, entonces por qué tu mamá te dejó subir conmigo.


Emma, otra vez, se quedó callada, ¿Porque todos los adultos de la nada eran tan francos?


—Hagamos un trato, tú dejas de meterte en donde no te llaman y tu familia ya no pagarán impuestos- dijo con un tono asquerosamente satisfactorio- Te daré tiempo para pensarlo.


Emma no respondió. Bajó del carruaje con la mirada perdida, pero en el camino, los pueblerinos comenzaron a agradecerle por enfrentarse a los soldados días antes.


Uno de ellos, un anciano herrero, le dio un regalo. Ese apoyo encendió una llama en su interior.


Al día siguiente, Emma volvió a la playa. Esta vez, el rey Pipino estaba allí, rodeado de sus soldados. Sin vacilar, la niña se puso frente a él.


—¡Devuélvanle sus riquezas al pueblo o enfrentarán las consecuencias! —gritó, con una voz firme que sorprendió incluso a los soldados.


El rey, un hombre corpulento con barba blanca y ropa dorada, se quedó con cara de sorpresa.


—¿Quién te crees para darme órdenes, mocosa? —exclamó, levantando la mano para golpearla y en eso….


Pero antes de que pudiera reaccionar, Emma con la espada que el herrero le había dado en agradecimiento atravesó el abdomen del rey. Los soldados, atónitos, no supieron qué hacer. En cuestión de minutos, los pueblerinos armados con cuchillos, maderas y ollas comenzaron a enfrentarse a los soldados que acompañaban al ahora difunto rey.


Emma mato a alguien, algo que definitivamente no ético, pero valió la pena. El pueblo, inspirado por la valentía de Emma, se levantó en una revolución que cambió para siempre la historia de la isla. Entraron a la casa del gobernante y recuperaron lo que les pertenecía y Emma aprovecho para cobrar cuentas a los niños que antes la humillaban.


Tuvieron que pasar años para que la paz se instalara en el territorio, pero lo importante es que ese momento llegó. Emma no fue hecha reina ni nada por el estilo, pero fue reconocida por hacer algo que nadie más quiso hacer, dar el primer paso hacia el verdadero cambio.



 
 
 

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